Terminé de comer y me senté a escuchar una banda de música autóctona en vivo. Le tocaban a los que comían en un restaurante caro. Me senté en la calle, en un costadito, hasta que terminó. Después fui a la placita central de Aguas Calientes. A diferencia del resto de los pueblos las calles que rodean la placita no son transitadas por autos, es solo una fuente, con algunos comercios y una iglesia muy chiquita. Entré y había un gran Jesús con la piel color obscura.
Fui a recorrer los mercaditos de Aguas Calientes, quería llevar algún regalito, para Melissa. Encontré miles de las piedras que le había regalado, ya no era especial. De todas formas, no estaba seguro de volver a verla, pero en ese caso podría ubicarlo en otra persona. Meli, es difícil para regalar, le compré una binchita lila que me pareció linda.
En media hora saldría mi tren de regreso a Cusco, así que me dirigí a la estación. Me encontré con el mexicano, amigo del venzolano Nahuel. Me comentó que una chica se había accidentado. Fingí que me interesaba su charla. Luego Nahuel pasó a unos metros de distancia, podría haberme acercado para pedirle el mail y así tener mis fotos del Machu Pichu, pero decidí alejarme de ellos nuevamente. Me subí al tren, otra vez el mexicano se me acercó para despedirme, era buena onda, pero ya me cansaba su cara. Chau, chau… Sisi, hasta el próximo viaje… en otra vida… pesado…
La chica que me pedía el pasaje me pareció muy linda, era morocha y con cara de muñequita. Le dije algo como para no pasar desapercibido pero ni me registró. Los asientos eran de dos enfrentados a otros dos. Ya estaban todos sentados a mi me tocó ventanilla, enfrente de una chica de hermoso pelo y lindas piernas. Estaba con su hermano, era fácil de distinguir por su similitud y relación. Al lado mío un muchacho, que rápidamente se pidió una botella de vino. Hablaba muy bien español, pero era de algún país cuya lengua no era el español.
Arrancó el tren de vuelta, el hermano de mi vecinita de enfrente se durmió enseguida. Y con la chica nos empezamos a rozar con las rodillas. Yo chequeaba si era casual que ella se apoyaba sobre mí, entonces cada tanto separaba mi rodilla de la de ella y venía hacía mí con su rodilla. Comencé a excitarme, más de aburrido que por otra cosa.
En un momento ella vio algo, le quería comentar a su hermano pero dormía. Entonces le pregunté “Que hay?”. “Nevi”. “Que?” le repregunté. Me señaló, había nieve en la cima de la montaña. Era brasilera, el chico que se sentaba junto a mí, que ya estaba con la boca aceitada por la botella de vino, comenzó a hablar también. El flaco era de Francia y vivía en México. Ella había vivido en Canadá, así que hablaba francés. Se pusieron a hablar en francés. No entendía nada, buenísimo: yo inicié la charla porque tenía ganas de hablar con piernitas y la flaca se pone a hablar con el francés. Me vino el mal humor y me fui al baño. No tenía necesidad pero quería irme de ese panorama desalentador.
En el camino estaba la chica que me había gustado antes de subir al tren, vendía bebidas. Le dije que estaba tremendamente aburrido y me dijo imaginate yo: todos los días ocho horas por día. Vivía en Cusco, yo pensé que la gente de Cusco no podía ser infeliz. Igual creo que su infelicidad, tenía similitud con la felicidad de la Capital de Buenos Aires. Era muy simpática, charlamos fluidamente. En seguida surgió el tema de hoy a la noche, estaba a punto de invitarla a algún lado, pero vino su compañero de trabajo. Y ella cambió. Me pedí un Gatorade de Manzana, tenía mucha sed. Era transparente, raro pero rico y fui a sentarme.
Cuando volví, el hermano se había despertado y me recibieron con buena onda, pensé dos cosas o me extrañaron o yo estaba con buena onda. Les ofrecí Gatorade y no querían, tenía cereales, tampoco querían, me dio gracia que no querían nada mío y comencé a ofrecerles cualquier cosa que supuestamente tenía en el bolso. Entendieron el chiste, el hermano de ella se reía mucho. Se hizo liviano el resto del viaje.
El tren nos dejó en Poroy, cuando bajé me acordé de la chica que vendía bebidas, pero ya era tarde. Con el francés tomamos un taxi, hasta Cusco. El taxista o remisero, nos explicó que a Cusco venían todos los famosos, era muy cholulo… Que Tierry Henry tiene una hija en Cusco y no se que… Le cambié el tema, tenía una duda: “Todos eran Incas, porque entendí que el guía dijo que solo podían ser Incas los que eran sabios y fuertes”. Me dijo que era guía y me dio una explicación larguísima, interesante pero no respondió mi pregunta. Era muy agradable de todas formas. Llegamos y el francés le dejó diez soles de propina. Lo que yo pagaba por noche. Nos pasamos el celular con el flaquito para vernos a la noche, una excusa para despedirnos con buena onda.
Apenas llegué desde la plaza central fui al baño de Mcdonalds, que era mejor que el mío y llamé a Melissa.
“Hola Meli?”, era impredecible lo el tono de su voz en la respuesta. “Holaaaaa, volviste??” me sorprendió la buena onda. “Si volví con ganas de verte. Venís a la plaza?” le pregunté con mil pilas. “Recién llegás? No te vas a bañar?”. Tenía razón. Me baño y te llamo.
Volví a mi Hostel y me encontré con Miguel. Miguel tenía cara de perro mojado, con la cola entre las piernas. Se sentía mal por no haberme cumplido todo. Apenas vi esa cara, le dije “Todo espectacular, loco. Mil gracias por todo”. Le cambió la cara y los dientes sobresalieron sobre el joven rostro color café. “Ah te dieron desayuno y cena?” No, no… le dije. Pero no importa, el resto fue increíble. Miguel, se estaba exaltando. Si me hubieras avisado con más tiempo te conseguía todo, todo, todo perfecto. Que lindo que era. Está bien, mañana me invitás un desayuno y listo. Dale! Vino su novia también, y les conté un poco sobre lo que había vivido en Machu Pichu. Los dos me escuchaban y cada tanto se miraban y se reían.
Me bañé, como Meli quería, pero demoré un montón. Bajé y eran las diez y media de la noche. Melissa, me llama y me dice con un dejo de molestia: estoy en el bar de enfrente de la Plaza en un balcón. Me resultó raro, porque hacía mucho frío y llovía, además yo tenía ganas de ir ver a una banda en vivo que había visto yendo para el hostal, con música Afro. Pero acepté y fui para allá.
Salí con el pelo mojado y tenía mucho frío, hacía mucho frío. Encontré el bar y subí. Llegué y Meli estaba afuera con la campera puesta, yo estaba con mi pullover azul. Meli estaba tomando su clásica copa de vino y charlando con un hombre mayor. Me senté en la barra del balcón, interrumpiendo la visual entre el señor y ella. Ella me presentó al hombre, él es también argentino, de Córdoba. Le di la mano. Tenía ojos claros y estaba tomando un café. Cuando me senté, tenía frío y notaba algo de incomodidad en mí. No lo entendía por qué. El hombre pidió la cuenta, y en ese momento me di cuenta que quizás estaban charlando amigablemente y llegué yo y todo se rompió. Inmediatamente, le dije a Melissa que me iba adentro, no quería que el hombre se vaya porque yo había llegado. Ella lo entendió también y me dijo, dale yo me quedó un rato. Agradecí mi sensibilidad.
Me pedí un agua con gas y un pan con queso, que tenían nombre especial para cobrarlo más caro. Pasó el tiempo, yo miraba para la puerta esperando que Meli entrase y que el señor se retirase. Me pedí una copa de vino, había comenzado a estresarme. Es decir, quería que terminaran de despedirse, no que se sigan conociendo hasta que terminen juntos en la cama. Mi cabeza tenía pensamientos que no estaban buenos. Así que me llevé la copa de vino, nuevamente afuera.
Apenas entré escuché que él estaba hablando sobre Bolivia y me miraba cuando hablaba integrándome a la conversación. Me senté y al ratito traje el pan con queso y el agua. La voz del señor era interesante y pausada, muy intelectual. Cuando contaba sobre Bolivia, contaba cosas como: De repente el micro paró para que todos hagan pis en el medio de la ruta. Lo comentaba como algo gracioso yo me reía pero por dentro me hacía un poco de ruido. Melissa contó sobre la suciedad de la plaza central en Navidad. El dijo que Bolivia es mucho peor. Yo le pregunté con total sinceridad: Cómo te pega cuando ves la pobreza? La charla era muy amena y de verdad quería saber como ve otra gente la pobreza, solo para apreender y ver que me respondía. Lo ayudé a responder: “Es decir, te pone mal o te sirve para hacer algo o solamente te sentís indiferente?”
El respondió pero los trataba como ignorantes, como que no tenían educación y que eran víctimas. Meli, contó que hay gente que no se deja ayudar. En un momento ella dijo, somos todos uno, somos hermanos. Me gusto escucharla decir eso. Después ella dijo que le molestaba la gente que no quería progresar, no querían trabajar, que esa gente había que separarla para que no contagien al resto. Mi boca empezó a hablar sola y el hombre culto y Meli, escuchaban con atención. Hablaba con pausa y serenidad, como hablándole a niños . No tenemos más educación que ellos, tenemos otra educación, hay que acercarse a ellos y ver que puede hacer cada uno. No hay que separar, al contrario hay que escucharlos. El hombre me preguntaba para saber y que se puede hacer con la gente que no quiere trabajar. Se puede armar equipos, juntarlos con la gente que trabaja y que tengan una pertenencia. La explicación y la charla fue extensa y agradable, más allá que opinábamos todos diferente. El hombre me dijo que yo tenía que meterme en política. Porque si no va gente como vos al poder, si la gente con buenas ideas no le gusta la política por todos los problemas que esta tiene, entonces acceden los que usan la política para otra cosa. Yo le respondí que yo tengo otra forma de pensar, creo que tirar de la misma cuerda pero en sentido opuesto no nos va a llevar a ningún lado. Creo en algo más a largo plazo y que no tiene nada que ver con esto, es un camino nuevo.
La charla continuo, hablamos de la estatización, de Argentina, de lo lugares turísticos, que Meli iría para Argentina en el 2012. El hombre le recomendó lugares. La forma de hablar del hombre era como un poeta o filósofo. Contó que tenía un hijo de nuestra edad que era un gran empresario.
Entonces, comenzó a juntar todo para irse y Meli fue al baño un momento. En ese momento me pregunta, “a que te referís con el otro camino?”. Yo hice una pausa larga, creía que no lo iba a comprender. Anticipándole que él iba a pensar que yo era un volado una idea utópica: el otro camino es el amor. Cómo único valor. Entonces, todo el resto caerá y obtendrán la misma felicidad aquel que tenga auto como el que no. Porque los valores serán otros, es un camino muy largo, quizás no lo llegue a verlo yo, ni mis hijos el cambio total. Pero hay que fundar semillas de esto: que no se trata de tener más, sino de estar más feliz con lo que se tiene. Cada uno tiene una función en este lugar. El me aceptó esa última frase o todo, “Claro, cada uno tiene algo que hacer”.