Sus juegos deberían ser autitos, jugadores de fútbol, armas y peleas de guerra. Sin embargo, Fede, elige las muñecas y el color rosa como preferido. Su cara se ilumina y una sensación de emoción lidera su pancita, cuando se viste de princesa y en su castillo están sus zapatitos rosas que lo llenan de ilusión. Sus sueños están equivocados de cuerpo. Con sus cinco años tiene que afrontar el mundo con un rechazo constante. Está empezando a sentirlo en carne propia. Las voces que retumban en su cabeza le dicen que todo lo que le da placer es equivocado y el asco se está instalando en sus raíces más íntimas.
Su hogar es un lugar donde el placer elige reinar. Entre efímeros encuentros de hombres desesperados por gozar y chicas que eligieron el camino rápido para llegar al dinero. En este lugar Fede es la persona de la casa que más amor tiene y solo puede expresarlo en esos vestidos de fiesta que se pone para diferenciarse de tanta ingenuidad. Su imaginación vuela por los aires y en sus historias la felicidad toca su puerta y el la deja entrar para que canten y jueguen los mejores juegos.
Sin embargo, cuando vuelve a su realidad, odia todo lo que ve y un fuego le está comiendo el vientre, elige la protesta negando su sexo. Eso que se despliega con tanta impunidad en su casa. Eso que su padre tiene tan desvalorizado y manoseado. La madre rechaza de Fede eso que ella tiene anestesiado y su Padre entre ausencias y alcoholes, no sabe tampoco lo que es ser hombre. Nadie puede explicarle a Fede como se vive. Lo está aprendiendo a los golpes y se desespera cuando las risas de sus compañeros se clavan como dientes punzantes en su carne. Fede está siendo lastimando con algo que para ellos es tan diferente pero para él es la protesta a tanta confusión social.
Fede juega con un amor a sus muñecas que nunca recibió, pero su madre lo observa y el odio en ella crece ardiendo de asco en cada célula. Lo desconoce y riega todas sus frustraciones que llenan su cuerpo. Irrumpe la situación. En un alma perdida su madre brota de ira y riega su propia cara con el whisky que ya no puede hacerla escapar más de la realidad. Con un encendedor amenaza a Fede con prenderse fuego sino deja de jugar con esos demonios femeninos. Fede detiene su imaginación y se queda mirando grabando en su retina cada segundo. Sin embargo la torpeza de esa pobre chica hace una cara se inunde de llamas y un grito despavorido quema el vientre del paralizado Fede. Las llamas arden en la cara de su madre y Fede inclina su rostro abre sus ojos hasta esconder al máximo sus párpados. Entendió entonces quien era la que estaba equivocada. La culpa en forma de fuego no llegó a incendiarlo, pero no puede detener las lágrimas por las noches que mantienen, por las dudas, húmeda su alma.
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