En el crepúsculo del atardecer, nuestros cinco caminos buscaron el descampado de nuestras apreciadas mentes. Nos internamos en un mar natural de energía. Buscando llevar escalonadamente nuestras emociones al punto máximo de su expresión.
Cuando el momento no resistió la ansiedad, la sabia naturaleza nos recibió con las luces de su interior y una armonía desplegó los mejores acordes para nuestras percepciones.
Así reposamos y relajamos nuestros cuerpos conectando, poco a poco, con nuestro alrededor. Nuestras pieles cayendo al suelo descamándose. Cada película gastada y vencida era escupida desde el interior del alma, despejando todas las dudas. Los prejuicios no tuvieron lugar. Se extirparon al punto de romperse y como tal átomo, desprendieron una brisa de sonrisas que comenzó a bañar los desnudos cuerpos. Cada aire de bienestar regaba nuestros mejores sentimientos rociando de una visión interior los segundos vividos. Comenzamos a recorrer caminos interiores, no tuvimos más remedio que encontrarnos con nosotros mismos. Quitamos el polvo del cofre que guardábamos. Intercambiamos un poco de nuestros tesoros sin medir un sólo segundo de ración.
Ya con nuestras almas doradas brotadas de nuestro interior, armamos una ronda de felicidad explotando nuestra primitiva juventud. Despertando los deseos naturales de la vida, atrajimos al mejor de los animalito de Dios que se unió a nosotros para protegernos y brindar un cariño supremo. Como una fogata de afecto comenzó a brotar el amor entre nuestras almas que no dudaron en sentirse y desprender el calor. No se podía evitar la paz interior de nuestros seres queridos. Desde el vientre se encontraron en un abrazo interminable.
Algunos espasmos de temor, encendían nuestras autopistas de adrenalinas que desembocaban inevitablemente en una carcajada energizante.
A partir de ese momento, la oscuridad de no necesitar nada más se apoderó de nosotros. Como un libro dorado, el maestro nos estaba enseñando sus mejores oraciones. Nos reveló como aceptarnos sinceramente. Pero fundamentalmente nos educó a conectarnos con la verdad, aceptarla y llegar a un punto de amarla relajadamente.
Cada uno siguió su camino, el animalito se dio por satisfecho al igual que todos nosotros. Estábamos dispuestos a volver a la civilización sin poder olvidar un instante de esta misión.
Cada uno de nosotros la guardará como un secreto por el resto de nuestras vidas. La unión de esta gran verdad nadie podrá extirpar. Es una alianza secreta que guardaremos para el resto de nuestra eternidad. Emocionándonos en cada recuerdo que recorrerá por nuestra retina. Con una leve sonrisa sabremos, solo nosotros, que aquella misión fue puro amor.
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