Se miraron a los ojos. Les costó focalizar. Luego, sus defensas lo rechazaron, casi afectando su ego. Adherieron las miradas y, sin palabras mediante, se fundiéron en un largo beso que duró lo que les costó liberarse de los atuendos. Alucinaron con sus cuerpos. Se mezclaron entre risas y caricias. Exploraron cada centímetro de ese cuerpo como un bebe reconocieron el mundo con su boca.
Era una reina para él y le estaba otorgando la libertad de olvidar las jerarquías. Ella se sintió protegida como un frágil cristal.
Uno a uno sin llegar a ser dos, engancharon sus partes con una armonía que parecía diseñada a medida. Estrellaron los vidrios del paraíso e ingresaron sin culpas.
En ese instante, un padre tuvo su primer hijo. Una paloma perdida encontró a su bandada. Un venado salvó su vida ante un tigre.
Como un niño dando sus primeros pasos, comenzaron a navegar uno sobre otro. El mayor placer nacía del goce ajeno.
El requería ver el rostro de éxtasis de su angel. Cómo una foto de primer día de clases la guardaría en su retina.
Cuando más lo desearon, sus fisonomías se regalaron una expresión que se confundía entre el llanto y la carcajada.
Veían las luces del tren llegando, lo esperaban con ansias. Sus ríos estaba ingresando al mar. Podrían disiparse y ser parte del aire.
Navegaron tan libre que hasta su destino se sorprendió.
El momento en que sus labios se necesitaron para comunicar el sentimiento provocó lo esperado.
La explosión detonó bombas orientales. Como átomos dividiéndose, despidieron unas fuerzas antes desconocidas. Los impulsos contenidos se disiparon creando ondas de miel. La pared más antigua dejó salir una sonrisa delatadora. Se encontró con una vibración que la hizo sacudir como una suave ola. Disfrutaba lo que estaba viviendo. Irónicamente, en ese momento ambos murieron un instante.
Fue una ráfaga en la que un relámpago recorrió a ambos, exaltando cada electrón de los cuerpos. Irremediablemente detuvieron el tiempo. Era un sueño del que no querían despertar. Vivieron una emoción interna que prefirieron interiorizar. Como un manantial azul marino recorrió cada rincón de sus cuerpos.
Luego de un desconocido espacio de tiempo, sus mentes reposaron y lograron descansar. El viaje había terminado, llegaron a destino disfrutando cada paisaje obtenido por sus interiores. Armaron nuevamente una única figura entrelazada y se relajaron juntos.
Despertaron con sus manos arrugadas, sus espaldas corvadas y sus pelos blancos.
Él volvió en si rápidamente, calzó sus pantuflas y su salto de cama. Luego de una ducha, decidió que era necesario abrigarse. Hacía mucho frío.
Ella cuidaba sigilosamente los sorrentinos de jamon y queso. Le gustan mucho, si están al dente, a su nieto Ivan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario