domingo, 30 de septiembre de 2007

Dario

Yo soy Darío, 26 años. Él es Juan, vivió la mitad de años que yo, pero nació con 13 años .
Elijo los caminos diferentes para llenar mi alma. Él solo quiere llamar la atención.
Busco en mi interior desparramando alegría espontánea por cada senda transitada. Juan busca quedar bien, hacer lo que corresponda, no agrandarse, no quiere que nadie se ofenda.
Caminando tranquilo me siento a disfrutar de la vida. Él cree que la vida es muy corta, se enloquece en la noche y se nubla ante el sexo.
Bailo porque me da vida, actuo porque me gusta crear otra realidad y juego porque me gusta ser niño. Juan me observa con ojos de critica y juzga cada hecho que hago con el ojo de quien envidia y exaspera de odio.
Soy callado y sereno, solo cuando Juan me molesta siento que tengo que hablar y me hierve el aceite terriblemente.
Es enrome la obsesión de Juan por habitar el mismo cuerpo que yo. Algun día llegaremos a ser amigos, le prestaré mi cuerpo por momentos y dominando la situación saldremos de copas. El con su speed con vodka y yo con mi jugo de naranja. Seguramente se aburrirá y se irá a buscar alguien más divertido.

lunes, 24 de septiembre de 2007

Agotado

La virginidad se encontraba, en forma de polvo naranja, esparcida por toda la superficie. El descampado revelaba las irregularidades del terreno. La luz del lugar era proporcionada por una esfera roja que cubría tres cuartas partes del cielo. El único sonido era el mínimo ruido que producía el viento acariciando las orejas de Grease.
Grease, exploraba el lugar sigilosamente, cuidando cada paso como quien camina sobre un teclado de piano. La ansiedad recorría sus venas.
Al llegar a la cumbre de una superficie, ocurrió lo esperado. Un motor encendió la adrenalina que alentaba su pulso. Su corazón impulsó un caudal de sangre suficiente para abastecer a un mastodonte.
Grease, encontró lo que había anhelado durante años.
Una figura oscura posaba estoicamente sobre una columna blanca. El monumento que divisó tenía vida.
Dos pasos hacia atrás fue su primer instinto. Pero la curiosidad fue más que su inseguridad.
Caminó en dirección al ser vivo. Aumentó el ritmo e intensidad de la respiración ante cada paso. A pocos metros, pudo disitnguir unas garras color dorado usadas para sostener al desconocido.
Las emociones de intriga y temor, pelearon por ganar el podio de sus sentimientos.
Llegó a una mínima distancia de ese animal. Se atemorizó aún más al observar que el extraño no presentaba reacción.
Simuló el movimiento de tocarlo en reiteradas ocasiones para causar alguna resistencia. No encontró respuesta. Intentó eliminar un poco de adrenalina sobrante. Presionó su cabeza con ambas manos para juntarla con su pecho. Luego sacudió ágilmente todo su cuerpo. Sus manos temblaban intensamente y sus ojos se inundaron de unas lágrimas nerviosas.

Su corazón abandonó su función por unos instantes al observar lo que su retina decodificaba.

Unos ojos color sangre conectaron con Grease. Lesionaron su ego, aniquilando cualquier sentimiento de valentía. Los pómulos estrenaron una expresión en su rostro.
El único movimiento del desconocido fue extender una par de alas largas negras brillantes que proporcionaban una sombra intimidante. El escalofrió sufrido parecía no tener fin.

La muerte transitó libremente por el organismo de Grease. Pensamiento que impulsó un mínimo de reacción. Caminó dos pasos hacia atrás tropezando con una piedra. Pudo extirpar de su vientre, un alarido que finalizó un segundo antes de romper su garganta.

A sus espaldas estaba el temor que se relamía por avanzar en sus pensamientos. Toda su vida había estado sometido a él. Alimentándolo en cada elección de evitarlo. Unas sombras internas arrancaban su cabeza con esas garras perfectas.

Podría haberse disipado rápidamente. No enfrentarlo nunca más y volver a su soledad, tan cómoda y segura.
Sin embargo, se incorporó con seguridad, sin dar vueltas, quitó las partículas naranja de su pantalón, aparentando tranquilidad.
Bajó suavemente la barbilla, clavó sus ojos con los del extraño, que intentó inspirar terror en Grease. Solo causó una adrenalina que supo manejar. Internalizando el estremecimiento, identificó un cambio de expresión.
Ambos inclinaron levemente su cabezas hacia un lado, sin despegar la vista uno del otro.
Erizando su piel, Grease logró entrar en el trance más fuerte de su vida.
Gimiendo las anomalías de ese momento. Navegó por el desierto de su alma, reluciendo sus peores recuerdos. La sangre coagulada de su interior, se dispersó por todo su cuerpo. Continuaron petrificados durante unos instantes que parecieron horas. Se estaban aniquilando lentamente, pero el orgullo fue más. El sentimiento generado era superior al propio. Un frío maligno quemó su nuca, hirió el valor de uno, que desparramó una lágrima cargada del peor de los miedos. La angustia de la soledad rondaba por esos dos cuerpos, uno más débil mordiendo la piel del espantoso desconocido. Eliminando el pudor, se fueron fundiendo en una mirada, que entraba en calor lentamente. Se olvidaron de sus prejuicios. Se fundieron en un eclipse eterno. El tiempo se detuvo verdaderamente. Era una sensación inexplicable.
Su mejor momento vivido estaba ocurriendo, no podía romperlo con las malditas inseguridades.

Grease fue saliendo lentamente de su trance. Desaceleró el curso de sus pensamiento.

Sorprendidamente, observó pieles descamándose. Esos sentimientos oscuros, de vacío y sequedad desparramados por el suelo. Los miró con pena y casi nada de culpa.
Al fin, sus emociones no tenían esos filtros que tapaban sus venas.
Grease tuvo una impresión de felicidad.
Se había encontrado con él mismo nuevamente. Eso que andaba desconcertado entre sus sueños perdidos volvió a su cuerpo. Ahora era un ser de una sensibilidad totalmente especial.
Con una sonrisa interna y paz nunca antes conocida desplegó sus alas negras brillantes. Con el envión de sus patas doradas, Grease inició su primer vuelo.

viernes, 14 de septiembre de 2007

No Llegaré a Ser Número Uno

El cielo apreciaba cada nube que cubría un sol que desplegaba un calor sofocante.
El rectángulo central color rojizo parecía diminuto ante la enormidad del estadio.
Se escuchaba el murmullo histérico de la multitud.
El tiempo era dictado por el sonido producido del impacto entre unas cuerdas y una esfera amarilla.
En los principales asientos se escuchaban lenguas que producían la mayor variedad de sonidos y expresiones.
El día esperado había llegado. El honor se presentaba en material de oro indivisible. La derrota era consolada por una copa de plata totalmente devaluada.
Los movimientos de uno de los aspirantes evidenciaban inocultables nervios. Esperaba con ansias la llegada de su rival, Iván.
Iván era el tenista más perfecto del circuito. No se encontraron puntos débiles. Parecía el mejor en todo lo que hacía. Una especie de superhombre. No le sobraba carisma. La sonrisa no era moneda corriente en su rostro. Los festejos eran extremadamente medidos.
Pero su imagen era la más cotizada del mercado. Su postura y figura, hubiera sido envidiada por cualquier rey vanidoso.
Ganando el partido que lo esperaba, se sepultaría para siempre como un prócer en la historia del tenis.
Sin embargo, millones de personas rezaban a su Dios Televisión para que Iván se presente rápidamente. Los medios estaban indignados con la tardanza del tenista. Preguntaban si se haría cargo de las fortunas que se estaban derrochando por su ausencia.
Transcurrió un tiempo considerable. Dos tonos musicales que pedían la atención del público los hizo silenciar completamente. Desde los parlantes, con sonido lluvioso, una voz anunció en varios idiomas. “Damas y Caballeros, tenemos la obligación de suspender el encuentro debido a la ausencia de uno de los protagonistas. Lamentamos las molestias. Las entradas se encuentran a su disposición en boletería”.
La gente deshabitó el estadio con indignación. Se escucharon algunos insultos. Dos minutos después solo quedaba el señor que vendía panchos. Vació el agua en la cancha con total impunidad. Siempre lo había querido hacer.
De todas formas el misterio navegaba por las mentes de cada ser humano. Una preguntaba estaba instalada en el inconsciente colectivo.
¿Dónde estaba Iván?


Dejó su celular cargando en el hotel ubicado seis cuadras y media de la final de tenis. Se encontraba realizando pasos largos y ligeros. Vestía una remera de color magenta ajustada y bermudas anchas azules. La ropa oficial se encontraba en el bolso junto con sus mejores extensiones de su brazo derecho. No pensaba en nada, solo silbaba una canción que había escuchado en la película Kill Bill. Insistía en sus oídos pero no le parecía agradable.
De repente, El hombro derecho llamó la atención de sus pensamientos. Una molestía comenzó a aumentar. Cada paso intensificaba su dolor. Dejó de silbar y su cuerpo transmitió a su cara una seriedad intensa. El dolor de su hombro derecho fue rápidamente contagiado a su bícep del mismo lado. La preocupación ahora angustiaba. El dolor se transmitió a su mano que comenzó a temblar. Cuando sus cuadriceps derechos se contrajeron, un conjunto de lágrimas desafiaban la gravedad. La angustia inundo su ser.
Se detuvo asustado, nervioso. No tenía respuestas.
Pronto su retina recordó un artículo que había leído pocos días atrás sobre la Hemiparesia: debilidad de la mitad derecha o izquierda del cuerpo. Lo leyó como algo totalmente ajeno, ahora lo sentía en carne propia.
La presión lo gobernó al pronunciar en voz alta “debo llegar al partido”. Solo intensificó el dolor extirpando unas cataratas de gotas silenciosas. Algunas tenían como destino la comisura de sus labios, otras, menos afortunadas, se evaporaron en el cemento.
El desconsuelo fue disimulado cuando una agradable voz femenina preguntó: “¿Se encuentra bien?”. “Estoy descansando, gracias” balbuceó preocupadamente sin levantar la mirada.
Cerró sus ojos y comenzó a procesar:
Ya no puedo ir al partido.
Ya no puedo jugar más.
Ya no puedo ser el número uno.
Y ahora qué?
No llegaré a ser número uno
Esta última frase quedo rebotando en su cabeza. Tomando velocidad ante cada repercusión. Cada impulso de repetición interior causaba una sensación diferente. Por un instante su dolor amainó. Ahora no sentía su cuerpo y su mente reiteraba esas palabras que sanaban dentro de él. Por un momento, surgió un agradable sabor al pronunciarlas. La frase seguía masticándose por su boca pero ahora comenzó a sonreír. Pocos segundos después, la risa era carcajada. Se sentía muy bien.
No iba a ser el número uno pero el reía. Pensó en su madre y en su padre ya no podría responder a sus exigencias. Simplemente no podía aunque quisiera. La felicidad era quitar esa presión que pedía una excelencia inhumana.
Se sintió tranquilo, sonrió y relajó su cuerpo al máximo.
Como si su organismo había cumplido su objetivo, ahora se sentía libre de dolores y molestias. Y la potencia física recorría nuevamente su cuerpo.
Alzó su mirada y divisó que la muchacha continuaba estoicamente frente a él. La observó detenidamente y pensó que se encontraba ante un ángel. Su mirada le inspiraba paz. Cuando ella desplegó una sonrisa inevitablemente contagiosa, Iván respondió sin que ella preguntara, “Estoy bárbaro, gracias”.













Si decides que Iván continúe camino a la final de tenis pasa al punto 1.
En cambio, si decides abandonar el partido pasa al punto 2.



1)
Sus potentes piernas, en pocos segundos, lo llevaron, a una velocidad desconocida, al estadio. Logró encontrar a los jueces y a su acérrimo rival. No sintió vergüenza al inventar un supuesto robo de dos criminales armados con misiles de guerra.
El juez consultó con el oponente que aceptó con algunas dudas.
Cumplió con el desafío casi sin público. En una hora venció a su rival. Mantuvo el primer lugar del ranking durante varios largos años.
Fue el máximo referente del deporte. Dos estadios de Nueva York y Londres utilizaron su nombre para obtener más atracción del público. Algunas calles de su país natal llevaron su nombre y un funcionario público está indaganado para denominar a una plaza como Iván. Alguna vez jugo de chico ahí.

Al descender de un avión en Madrid, sufrió nuevamente la sensación de parálisis, pero esta vez fue para siempre. Su cuerpo dijo basta.
Él se encuentra internado en su casa con una señora mayor que lo cuida cordialmente. Está pensando en quitarse la vida, no es una buna imagen la que está dejando.

2)
Invitó a esos tiernos hoyuelos envueltos en una larga cabellera de color claro a tomar unas copas, “Roxana” dijo ella con un pestañeo largo en forma modo de aceptación.
Amanecieron viviendo juntos en un humilde hogar. Al despertar el sol entra sin permiso. Ventana por la cual que se ve un pequeño parque donde juega Fiona. La perrita que le regaló ella para el tercer aniversario. A veces, los sorprende abriendo la puerta del patio. A él le cuesta mucho retarla.
Mañana cumplen cuatro años juntos. Él tiene un sencillo obsequio para ella. Roxana sabe que Iván no puede resistir la ansiedad de verle la cara de alegría. Una mirada acompañada de una sonrisa de ella alcanzó para que Iván corra a buscar el regalo. Al entregárselo, se encontró con un papelito que escribió: “Aunque parezca un simple exprimidor de naranjas, te estoy regalando la alegría de vivir que me entregas cada mañana que amanezco a tu lado”. Ella no pudo evitar hacerle el amor.
Iván tiene una escuela de tenis y ahora solo lo juega y no se detiene en el ranking. Nunca le gustaron los números.
Ya no viaja al exterior, no puede dejar de llevar al jardín al amor de su vida. Noelia sabe que son los quince minutos más importantes del día para él. Ambos lo disfrutan bastante, aunque ella tiene mucho sueño y le cuesta hablar. Él lo sabe por eso le alcanza con que responda, cada tanto, con algún gesto. Ayer, en lugar de saludarla en la mejilla le dio un pequeño beso en la boca. Ella le dijo que no le había gustado, que por favor no lo volviera hacer, él con una sonrisa complice y los ojos brillosos le dijo “perdón” aunque no estaba arrepentido. Ella no le creyó.
En el jardín la maestra citó a Iván y Roxana, para decirle que su hija, habla todo el día de un héroe tenista que tiene nombres de estadios y plazas. Los dos sonrieron al mirarse.