martes, 20 de marzo de 2012

Destruir el amor

El perro me pidió que lo alzara. Era realmente hermoso, marroncito con pelo muy llamativo, muy chiquito. Muy lindo y cálido y se dejaba acariciar. Yo le daba calor  y él me pidió...
Me  llevas a tu casa?
La idea produjo una sensación positva dentro mío. Me gustaba como se sentía en mis brazos. El perrito chiquito, mi casa. Compatible. Le sonreí. Estaba por aceptar.
Pero el perro no dejó de preguntar. Puedo ir a tu casa? Por favor, llevame a tu casa. Ya lo había aceptado pero la insistencia me hizo dudar. Siguió indagando. Me llevas a tu casa?
A medida que preguntaba, sus colmillos crecían lentamente. Sus dientes salían de su boca. Y seguía preguntando y seguía deformando su cara. Lentamente, luego rápidamente. Yo lo miraba asombrado. Desesperado sin darse cuenta lo qué estaba pasando. Los dientes se prologaron de una medida que sobrepasaba su boca, doblándose y tocando mi entrebrazos. Sus colmillos clavaron sobre mi piel. El perrito no podía controlar cómo sus dientes crecían y yo observaba que, rápidamente, se clavaban sobre mi piel formando  parte de mí. Se metieron dentro mis brazos. 

1 comentario:

josé lopez romero dijo...

buenos sentimiento perrunos, ellos sienten quién los quiere y entregan su cariño.