sábado, 11 de agosto de 2007

Mediocre Oriente

Empachada, no puede creer los regalos.
Se pasea entre la gente que parece no tenerle miedo.
Es una más entre ellos. A veces se sienta a tomar un café con alguno. Se ríen un rato y luego le perdona la vida. Se le hizo muy tarde.
Tiene trabajos más importantes para hacer. Se despide con "Después nos vemos" y le presta un poco de vida.
Estrella principal de esta farsa.
La llamaron para que se quede a compartir esta enfermedad de humanidad.
El ego de cada hombre la llevaba de un lado para otro.
A veces se quejaba por no encontrar una presa fácil, pero ahora,
venían a buscarla, con el plato en la mano.
Estaba ofuscada, alguien hacía su trabajo.

La noche oscura comenzó a iluminarse. El contraste entre las estrellas brillantes y el negro firmamento personificaba la vida y la muerte. De tanto en tanto, el cielo era encendido. Completamente iluminado. Haciendo día, la noche. Tachando algunas estrellas para siempre. No tenían religión, ni pensamiento político, ni etnia. La oscuridad y el silencio comenzaban a dominar aquellas noches del Mediocre Oriente.

Una persona común.
Podría haberse disipado facilmente. Pero alguna culpa interior lo hizo marchar para allá. Lejos, donde la tierra no florece.
Siempre le gustó vivir al máximo la vida.
Así se sumergió en el regimiento desconocido.
Le pasaba algo especial.
Todo lo que sentía era intensificado al máximo.
No existían los amigos. Había hermanos.
No existían los enemistados. Había enemigos
No existían los jefes, había padres.
No exstían las novias, había amores de la vida.

Los sentimientos son esparcidos hasta llegar a un punto extremo.
De profundidad ilusoria.

Saber que la vida está en juego en cada segundo,
Lo llevó a experimentar las mayores alucinaciones.

El llanto y la risa se peleaban por florecer en cada apuesta.

Los misiles explotaban en sus cercanías.
Terroristas eran victimas o enemigos letales.

Tu vida o la mía, lo forjó a madurar excesivamente.
Asesinó. Extirpó vidas para siempre. Sintió un poder muy peligroso.
La sensación fue difícil de superar. La culpa no apareció por su cabeza. Hizo lo que correspondía. De todas formas, su estómago, no pudo digerir bocado. No consiguió dormir, llegó a ver la cara de su víctima. Fue un momento que exigía piedad, sensibilidad que no abunda en esas tierras.
Su cuerpo pedía un descanso utópico. Siguió adelante.
Su ceño comenzó a fruncirse inevitable y así maduró de manera prematura.
Mató más gente de lo que pensaba, por poco ningún civil. Avanzó sin mirar atrás. Sin vacilar ni meditar. Fue irreflexivo.
Se formó de valores y de principios.
Cuando se está al limite estos te protegen de una locura que asoma con ambición de florecer.
El miedo se nutre a diario. Tremendos estruendos repentinos. Bombas que fragmentan ciudades y corazones. Generando murmullo interior. Las imágenes que permanecen impregnadas en el inconsciente para siempre. Esos seres que gimen de dolor y piden una ayuda inverosímil. Los compañeros que se van rápidamente, sin tiempo para duelo. La fetidez de pólvora y muerte, vigilando el lugar. Creando un poco de odio, de locura y muchas sensaciones difíciles de asimilar en tan poco tiempo.
Pasaron cincuenta años. Su ceño sigue fruncido. Todas su medallas no aseguran conseguir su sueño. Las pesadillas son sus mejores siestas. Su ceguera agudiza las imágenes grabadas en su retina. De tanto en tanto, la oscuridad y el silencio de la soledad se interrumpen por un estruendo interior.

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